http://crashoil.blogspot.com/2012/02/impacto-del-peak-oil-en-nuestro-sistema.html
Podríamos intentar mentirnos a nosotros mismos y decir que lo dicho es
así gracias a la dieta mediterránea y los buenos hábitos que ya casi
nadie practica, pero la cruda la realidad es otra. Si bien el sistema
sanitario español intenta centrarse en la atención primaria y el
diagnóstico precoz, la verdadera contención del gasto sanitario en
relación al número de habitantes se origina en una presión a la baja
sobre los sueldos de los trabajadores del sistema sanitario, información
que se desprende de un análisis comparativo de costes globales por
tratamiento entre países de la UE («health basket project», realizado por la «Asociación Europea para la Gestión de la Salud», EHMA).
La remuneración de los profesionales sanitarios españoles, que es de las más bajas de la Europa comunitaria y por tanto del mundo desarrollado, lo que reduce el coste final de la factura sanitaria (recorte de prensa al respecto).
Esta situación, unida a la tiranía que ejerce la estructuración de una
carrera sanitaria basada en la explotación de becarios abundantes y la escasez de plazas para promoción ,
el exceso de carga laboral fruto de que en España los médicos
concentran gran parte de la actividad sanitaria y las reducidas plantillas de enfermeros en comparación con el resto de Europa,
ha obligado a cientos de profesionales sanitarios a emigrar cada año
con su título bajo el brazo en busca de un futuro mejor. Por supuesto
este proceso se ha acentuado con la creciente crisis y la reducción en la contratación.
A pesar de lo expuesto, el sector sanitario público español sigue
siendo de calidad cubriendo casi a la totalidad de la población. Por
eso, no deja de ser uno de los sectores económicos más importantes en
cuanto a porcentaje del PIB se refiere, suponiendo el gasto sanitario
total (público más privado) un 8.4% en 2007, 9.0% en 2008 y alcanzando
por primera vez el nivel medio de los países de la OCDE en 2009 con un 9.7% sobre el PIB nacional, siendo este el último dato disponible en la serie oficial del banco mundial. Hay que destacar que, a pesar de que el gasto público representó el 74% del gasto sanitario en España en 2009,
que la sanidad española alcanzara el nivel del resto de países
desarrollados no se debió a una mejora sustancial en servicios,
equipos, contratación o retribución del personal (todas ellas empresas
que se intentaron acometer con mayor o menor éxito antes y durante las
primeras etapas de la crisis), sino a la contracción progresiva del PIB nacional.
Después de este repaso necesario podemos entender que el sistema
sanitario español era una máquina que funcionaba de manera ajustada dado
su nivel de suministros hasta el inicio de la crisis, cubriendo con
servicio de calidad a la población residente e incluso a los no poco asiduos turistas sanitarios (suerte que el parlamento europeo puso coto a esta sangría el año pasado),
de modo que la próxima vez que les digan que la sanidad española no es
eficiente permítanse arquear una ceja y discutir.
Bien es verdad que si
introducimos el coste educativo en la ecuación, la «TRE» de la sanidad
no salía tan a cuenta pero aún y así nos contentábamos con que el
sistema funcionara... hasta que vino lo que nos trae a la discusión
actual: La sanidad y el Peak Oil. Como hemos podido aprender en algunos
de los post anteriores, una de las primeras manifestaciones del Peak Oil
es una crisis económica que en los términos actuales no acabará nunca.
La sanidad, que como el resto de administraciones públicas se financia
mediante emisión de deuda (parte a cargo del gobierno central y parte a
cargo de las CC.AA. por tener las competencias transferidas), se encuentra
de un año para otro con una situación de pura bancarrota al no poder
hacer frente a los pagos acordados por el estancamiento y reducción de
los ingresos públicos. Ante esto, los gestores públicos, que parecen
saber poco o no querer saber nada de Peak Oil pero que si saben mucho de
BAU, intentan apuntalar el sistema de la mejor forma que pueden
mediante nueva deuda, pero existen limitaciones al déficit presupuestario que no se deben saltar.
Como no hay pues dinero para todo, los administradores que no son
tontos y saben que deben retrasar al máximo el conflicto social, dan
preferencia al pago de nóminas y evitan al máximo la degradación o
cierre de servicios (aunque en ocasiones aparentemente no queda otra).
Aún y así sigue sin haber dinero para todo y hay que mantener el nivel
de servicios a toda costa, de modo que se procede incrementar otro tipo
de deuda: la de los proveedores. La compra a crédito (pago en diferido
negociando cierto interés sobre el coste de adquisición) que no era
extraña debido a las habituales divergencias de presupuestos
soliviantadas de año en año vía aumento de los mismos, se convierte así
(vía incumplimiento de pagos generalmente) en el «modus vivendi» de una
administración con recursos menguantes. Esto nos conduce al punto actual
en que la industria sanitaria en conjunto reclama aproximadamente 12 mil millones de euros al sistema público de salud, aproximadamente 6.300 millones a la industria farmacéutica y el resto la de productos sanitarios (desde tiritas a maquinas de rayos X, pasando por jeringuillas, goteros y demás), industrias que ya están amenazando con acciones punitivas en caso de impago que como veremos más tarde se pueden permitir.
Como se puede entender, esta situación es trasladable a cualquier
«empresa pública» y no dejar de ser una economía de guerra no declarada
en la que cada uno se defiende como puede. Veamos las armas en este
caso: Por su lado las administraciones central y autonómicas han
intentado principalmente impulsar el uso de medicamentos genéricos para ahorrar en el gasto farmacéutico,
centralizar en servicios regionales la compra de material fungible para
evitar la picaresca de las relaciones comerciales y obtener mejores
precios por volumen de compra,
y por supuesto, recortar allí donde la gente apenas percibe pero las
estadísticas darán cuenta. Los efectos de las primera medida son
limitados, debido por un lado a que los visitadores médicos siguen haciendo su trabajo con total libertad (yo diría impunidad)
y a que en realidad un genérico y un medicamento con marca no tienen
porqué ser lo mismo, pues aunque compartan el principio activo principal pueden diferir ampliamente en el resto de componentes (excipientes que
pueden estar sujetos a patente) afectando por completo la dinámica de
efecto y por tanto el criterio decisor del médico y del paciente.
La segunda medida está en fase de implantación pero tiene amplias limitaciones, pues si bien sugiere un ahorro potencial, la
administración tiene que cargar a partir de ahora con un reto logístico
gigantesco que antes se repartían cientos de empresas de productos
sanitarios y transportes, condicionado por la infinidad de productos
sanitarios existentes y las variables tasas de consumo de los distintos
centros sanitarios.
En cuanto a los resultados de la última medida quedarán para la
posteridad los cientos de profesionales huidos de España por falta de
trabajo y las estadísticas. De momento ya tenemos algún que otro santo presuntamente inocente.
En todas las guerras hay al menos dos bandos y en esta el otro lo
representa una industria que también tiene sus bajas, con menguante en
número de empresas nacionales, creciente concentración de poder y que
está aprendiendo a defenderse. La escalada progresiva de costes de
producción de los últimos 15 años asociada al precio de la energía
(aunque no lo supieran), presionó a la industria sanitaria a un delicado
equilibrio entre precios de producción y venta, del que las empresas
que pudieron intentaron huir trasladando su producción a Europa del este
o China. Esto que parecía ser la panacea, no ha dejado de ser un dolor
de cabeza que nunca acaba: los productores orientales no terminan de ser
del todo confiables y especialmente los chinos parecen no tener reparos
en embarcar mercancía problemática, en unas ocasiones por defectos «que
pasan inadvertidos», en otras deliberadamente alterada por unos
trabajadores desesperados que viven en las mismas fábricas trabajando
interminables jornadas por sueldos miserables. A esto hay que sumar unos
locos y crecientes costes de las materias primas y transporte, que
obligan a negociar continuamente los precios de compra exprimiendo al
máximo los márgenes de supervivencia de las empresas.
Especialmente dramático es el caso del plástico usado en miles de
productos distintos, pues los principales productores de plástico
materia prima están en Europa y como no podía ser de otra manera su
precio se dispara junto con el del petróleo. Ante todo esto, que la
administración retrase un pago (generalmente cientos) suele ser el tiro
(ametrallamiento) de gracia para decenas de PYMES que no pueden acumular más deuda.
Y por si quedara alguna posibilidad para las PYMES, el sistema de
compra centralizada tiende a excluirlas pues no suelen poseer la
capacidad de producción necesaria para hacer a los concursos además de
tener escasa o nula capacidad de venta a crédito. De esta manera, poco a
poco, solo los peces transnacionales más gordos van quedando en el
acuario y la administración elimina sin querer queriendo la competencia
en el mercado, haciendo saltar por los aires las ventajas de la
estrategia de compra centralizada. Al no existir competencia real,
hospitales tienen que aceptar las condiciones que imponga la industria
si de verdad quieren obtener material mediante compra a crédito. Supongo
que tenemos claro que cuando una industria transnacional amenaza con
secuestrar a un gobierno no lo dice en balde, a los hechos me remito.
Y si intuimos que esta situación solo puede ir a peor por la espiral
deflacionaria y de deuda en la que se encuentra la economía, aún se
puede agravar un poquito más por algo que la mayoría desconoce: los
marcos regulatorios. La adopción de nuevos protocolos y materiales en
materia sanitaria es una carrera de fondo que no tiene fin aparente. Que
duda cabe de que esta carrera ha tenido efectos beneficiosos en la
calidad y efectividad del servicio («que la esperanza de vida media
sigue en 80 años a pesar de la vida que nos pegamos, oiga»). Pero nada
es gratis y la mejor tecnología sanitaria se paga bien pagada.
Evidentemente, a la industria no le cuesta lo mismo fabricar una aguja
de toda la vida (aguja, adaptador cónico y capuchón) que la misma aguja
con capacidad de autodestrucción (aguja, adaptador cónico y capuchón con
partes móviles que bloquean segundos usos), por lo que esos costes
aumentados de diseño y fabricación se repercuten en el producto final.
Uno puede pensar «compremos agujas de toda la vida entonces», pero es
aquí cuando llega la trampa y es que la transposición de normativas de
rango europeo obliga progresivamente al sector sanitario a la adopción
de materiales modernos en pos de distintos criterios (calidad del
servicio, seguridad del operador, seguridad del paciente...). Así que ya
sea por intereses lobbisticos de la industria, ya sea por necesidades
reales del servicio, la transposición nacional de algunas normativas
europeas promete generar un cuello de botella presupuestario nada
despreciable a medio plazo del que se está por ver como se saldrá.
Así que después de saber todo esto y sin tener en cuenta aquello que se
nos escape, queda claro que en el sector sanitario se desarrolla una
autentica guerra de guerrillas económica, en la que los centros médicos
diezmados en efectivos se ven arrinconados y hacen lo que sea para
mantener el servicio, incluso intentar reciclar o reutilizar material
(no se dejen asustar por notas de prensa interesadas de la industria que
muchas de esas prácticas son viables y no se realizaban por pura
comodidad, confíen en el personal sanitario que se debe a valores humanistas por encima de otros).
Suerte tenemos de que la sanidad parece ser lo último en lo que los
gestores se permiten meter la tijera, pero la situación no acompaña.
Siendo una prioridad fundamental pagar deudas oirán hablar cada vez más
de un «copago» que realmente es «repago» (asimétrico, ineficaz e
injusto, ¡DI NO!) o de privatizaciones parciales. De modo que no se acomoden y salgan a la calle a protestar porque esto se parece cada vez más a una tragedia griega con frases tan épicas como ésta. Las consecuencias serán nada halagüeñas.
Salud y buena suerte,
SDL. |