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TINERFE FUMERO | Santa Cruz de Tenerife
Se llama Montaña de La Altura, y hoy continúa siendo ese desmesurado almacén donde la Autoridad Portuaria de Santa Cruz de Tenerife
aún conserva singulares jirones de más de medio siglo de su historia.
Justo al lado se encuentra el Centro de Educación Infantil y Primaria
Miguel Pintor González, otrora conocido como el colegio de las Juntas
del Puerto, cuyos responsables también aprovechaban la entrada a esta
instalación para resguardar viejos pupitres y demás material.
Vista desde fuera, en La Altura apenas se vislumbra su bélico
propósito, más allá de un pequeño búnker que asoma en la cima y de una
leyenda para iniciados, en cuyas bocas siempre afloran las palabras submarino y nazi.
Pero en las entrañas de esta montaña de la capital tinerfeña se oculta
una pieza clave en el ambicioso entramado de infraestructuras militares
que el primer franquismo ideó para defender Canarias durante la Segunda Guerra Mundial.
Porque estas tres enormes bóvedas, con más de 170 metros de largo y
casi nueve metros de altura, interconectadas entre sí por amplias
galerías -que igual llegan a la cima de la montaña- pretendían
sumergirse en la tierra hasta conectar con un tubo volcánico cercano,
son en realidad una base logística construida por el Ejército español
para abastecer a unos submarinos que, curiosamente, nunca llegó a tener.
DIARIO DE AVISOS les invita, gracias a la inestimable colaboración de
técnicos de la Autoridad Portuaria y de especialistas tanto del
Ejército como de la Universidad, a acompañarnos en un recorrido que
aclara la leyenda y alumbra el secreto escondido y olvidado en una
montaña de la capital tinerfeña. El misterio de La Altura, esa base para
submarinos que jamás entró en servicio.
El Ejército español construyó a partir de los años cuarenta del siglo
XX una base para el abastecimiento de submarinos en el interior de un
enorme risco costero conocido como montaña de La Altura que, junto a un
atracadero en el muelle norte de la capital tinerfeña y un cuartel para
infantes de marina, constituirían la Estación Naval de Tenerife. Dicha
estación era complementaria al esfuerzo que la Armada ya llevaba a cabo
en Gran Canaria, donde poco antes se iniciaron los trabajos para lo que
es hoy la actual Base Naval de Canarias, dentro de un entramado de
infraestructuras militares ideado para defender el Archipiélago durante
la Segunda Guerra Mundial.
Los tesoros de la Autoridad Portuaria.
Acabada la base, ya no había ni guerra ni submarinos. La instalación
retornó a la Autoridad Portuaria que almacenó allí tesoros tales como
una magnífica caja fuerte.
Tal entramado de bases, que se debían repartir en al menos dos islas
para evitar que un sólo ataque condujera a la indefensión de Canarias,
encuentra su raíz en legislación dictada entre 1938 y 1939 que incluía
un ambicioso plan para dotar a la Armada de lo necesario para jugar el
papel atribuido a España en una redistribución del mapa colonial junto a
las potencias europeas del Eje: Alemania e Italia.
Es el doctor en Historia por la Universidad de Las Palmas de Gran
Canaria Juan José Díaz Benítez (autor de La Armada española y la defensa
de Canarias durante la Segunda Guerra Mundial) quien desvela la
existencia de una Ley Reservada (es decir, secreta, sólo para
autoridades) de Construcciones Navales datada en septiembre de 1939 -ya
terminada la Guerra Civil- y en la que se diseña un plan enormemente
ambicioso en el que se asigna a la Armada española una flota semejante a
la alemana, incluidos los doce submarinos que debían asignarse a
Canarias.
"Por aquella época -explica Benítez- se tenía la creencia de que la
mejor defensa naval se lograba con submarinos. Esa idea, aportada ya al
inicio del siglo XX por un autor tinerfeño, era errónea a esas alturas
de siglo: lo realmente interesante y útil era contar con una aviación
potente”.
Más allá del tino que tuvieran aquellos planes, un escrito del
comandante naval de Canarias al Ministro de Marina con fecha de 10 de
diciembre de 1940 recoge la insistencia del primero en enterrar los
depósitos de combustible, tanto en Gran Canaria como en Tenerife, "con
el fin de que estuviesen protegidos frente a los bombardeos aéreos y
navales”. Según nos confirma el teniente coronel tinerfeño Juan Antonio
Castro, responsable durante años del Museo MIlitar de Almeida "la base
logística de Altura, desde luego, cumple estos requisitos a la
perfección: es obvio que es muy segura y a prueba de bombas”.
¿Un futuro museo?
Material de todo tipo, en general en buen estado, como una bomba de
aire para buzos, espera a que alguien aproveche estos fondos para lo que
podría ser una nueva atracción turística para Santa Cruz.
Entre la documentación hallada por Díaz Benítez en el Archivo de la
Marina en Gran Canaria figura incluso una Memoria sobre las
posibilidades de establecer una base naval en Santa Cruz de Tenerife
que, siempre complementando a la de La Luz en Gran Canaria, fija las
necesidades a satisfacer, ya descritas: un atracadero en el Muelle Norte
(que incluso podía ser no sólo para submarinos, sino hasta para
acorazados), un cuartel para tropas de infantería de marina y un
depósito para unos 8.000 toneladas de gasoil, que es esta base logística
de La Altura.
Pronto se descubre que las urgencias de los militares no son las
mismas que las de los civiles, de lo que da muestra el intercambio de
pareceres en 1941 entre el ingeniero director de la Dirección
facultativa de Obras del Puerto de Santa Cruz de Tenerife y la
Comandancia.
Esta última es la que pide una explanada del barranco de Tahodio y
parte de la montaña de La Altura, a lo que responde el otro con
inconveniencias varias sobre la explanada: que si los terrenos habían
costado muy caros a las Obras del Puerto, que si allí habían
instalaciones de la Vacuum Oil Company of the Canary Island…
La respuesta del comandante fue tajante, pero no instantánea: La
Altura era el refugio antibombardeo del combustible para submarinos
perfecto dadas sus características, no veía perjuicio para la Vacuum y,
desde luego, no se pensaba en pagar por los terrenos de Tahodio.
Esta polémica demoró tanto el inicio de los trabajos que es en agosto
de 1942 cuando, a instancias de la Comandancia Naval, toma cartas en el
asunto el mismísimo Ministro de Marina, que allana las dificultades
puestas por las Obras del Puerto, al punto que será este organismo quien
compense a los afectados por el desalojo de unas treinta chabolas
asentadas en tan disputada zona de Tahodio.
¡Vaya cochazo!
Uno de los tesoros ocultos en la base es un Humber que condujo antaño
a un presidente de la Autoridad Portuaria y que nos muestran José
Marrero (Comunicación) y Joaquín Díaz (Mantenimiento), nuestros
diligentes e imprescindibles anfitriones.
Al ritmo de la época, tan distinto de la actual, es el 6 de noviembre
de 1943 cuando finalmente Obras Públicas cede el terreno: 22.602 metros
cuadrados cuya propiedad, como se verá, seguía siendo portuaria.
El 16 de diciembre de ese año se crea oficialmente la ya referida
Estación Naval de Tenerife y el 23 del mismo mes se produce la ocupación
de los terrenos y el inicio de los trabajos.
La dinamita fue clave para semejante vaciado de la montaña, y aunque
cabe pensar que se recurrió al batallón de forzados (presos de guerra),
hay constancia en una misiva oficial de que se pagó por el trabajo, ya
que una subida de salarios encareció el proyecto.
Se desconoce cuánto se tardó en terminarse la instalación. Díaz
Benítez apunta a primeros años de los 50, pero ese dato habrá que
buscarlo en las archivos peninsulares de la Armada, pero para entonces
hacía mucho que la Segunda Guerra Mundial había terminado.
Así las cosas, es normal que no se completase la salida al mar, cuya
boca fue sellada por seguridad hace años. Sigue sin saberse con certeza
si se pretendía conectar con el tubo volcánico o, como propone Díaz
Benítez, se pretendía sacar tuberías hasta el atracadero del Muelle
Norte.
En los años 60, la Autoridad Portuaria ya gobernaba de nuevo sobre
sus terrenos de Tahodio y La Altura, tan distintos ahora de como eran
antes del paso de los militares. Pronto se aprovechó su enorme capacidad
para el almacenamiento y todavía hoy en las bóvedas se guardan desde
coches oficiales hasta una caja fuerte.
¿Y los submarinos? "Nunca llegaron -desvela el teniente coronel
Castro- porque los alemanes descartaron en todo momento facilitar los
fondos necesarios a los españoles, y menos aún la tecnología necesaria”.
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