http://rusiahoy.com/articles/2012/01/25/vivir_en_una_casa_de_adobe_15276.html
Cada vez hay más
personas en Rusia que se van a vivir a aldeas ecológicas. Las razones
pueden ser diferentes: religiosas, ideológicas o personales. Pero a
todos les une una misma idea: huir de la ciudad, de la "cárcel de
asfalto”.
Varias personas de diferentes edades
amasan barro con los pies en un hoyo rectangular. Posteriormente, añaden
paja y lo amasan de nuevo. El trabajo es duro, pero la gente ríe y
bromea e incluso intenta bailar. Pasado un tiempo, el barro se vuelve
tan denso que los pies se quedan clavados. Las personas se inclinan y
comienzan a hacer bolas del tamaño de la cabeza de un niño. Cuando están
hechas, forman una fila y se las van pasando unos a otros. El último
presiona con fuerza contra una pared y ésta crece un poco más. Hacia
finales de verano el trabajo quedará terminado: habrá una nueva casa de
adobe. No es que sea el hogar más cómodo, pero resulta barato y
ecológico. Y es que cuando el problema de la vivienda es algo tan serio,
uno no está para caprichos.
La vida de la gente
soviética tenía sus inconvenientes, pero también había una gran ventaja:
las personas creían en un futuro feliz como resultado del progreso. En
otras palabras, creían que la vida iba a mejorar año tras año y que el
progreso era algo bueno. Actualmente, cada vez surgen más dudas en la
sociedad rusa: ¿es cierto que el mundo cambia para mejor?, ¿se puede
sacar algo de provecho del "progreso”?
No se trata simplemente de que las guerras, las enfermedades y el
hambre no hayan desaparecido de la faz de la Tierra. Tampoco de los
problemas económicos, de la desigualdad social o de la decadencia moral.
Ahora se duda incluso de cosas que hasta hace muy poco parecían buenas
de una manera incuestionable. Me refiero a la desconfianza hacia los
inventos técnicos llamados a mejorar y a hacer más fácil la vida del ser
humano. En la sociedad rusa de hoy en día muchos de estos inventos
producen desconfianza e incluso horror. Basta mencionar algunos
titulares de prensa: "Los teléfonos móviles provocan tumores
cerebrales”, "Puede quedarse ciego si pasa mucho tiempo ante la pantalla
del ordenador”, "Los objetos de plástico son perjudiciales para la
salud”.
La aparente abundancia de bienes de consumo es un fenómeno muy
reciente en la vida de los rusos y ha traído consigo muchos problemas y
peligros. Cada vez hay más personas que consideran la aspiradora, la
televisión, el dentífrico o el champú como objetos peligrosos para la
salud. ¿Revela esta actitud cierto oscurantismo medieval o se trata de
un intento por protegerse ante las codiciosas marcas que constantemente
bajan la calidad de sus productos para obtener un mayor beneficio?
Los pueblos y las aldeas ecológicas
Anteriormente, los rusos querían irse a vivir a la ciudad donde se
consideraba que la vida era más fácil y cómoda. En cambio, ahora está
surgiendo la tendencia opuesta: hay que salir de la agobiante ciudad y
marcharse a vivir al campo. Según los partidarios del "retorno”, es
imposible vivir en estos ghettos de asfalto donde falta espacio, hay
ruido, contaminación, atascos, delincuencia, la vivienda es cara, la
corrupción campa a sus anchas, el agua está sucia y los alimentos de los
supermercados son incomestibles.
La Rusia tradicional
siempre ha sido agrícola y rural. Sin embargo, con el desmoronamiento de
la URSS gran cantidad de pueblos fueron destruidos y abandonados y hubo
un fuerte declive en el número de habitantes debido al consumo de
alcohol. ¿Dónde puede ir entonces un urbanita que ni tan siquiera sabe
cómo ordeñar una vaca o plantar patatas? Estas personas que buscan un
nuevo espacio se dedican a formar grupos y a crear aldeas ecológicas.
La diferencia entre una aldea ecológica y un pueblo se da en sus
habitantes. En un pueblo la gente nace y vive de acuerdo con las
tradiciones locales, mientras que los habitantes de las aldeas
ecológicas vienen de la ciudad y están influidos por las diferentes
ideas de lo "ecológico”. En muchas ocasiones se acercan al budismo:
rechazan la carne, el alcohol y el tabaco, y repudian la violencia y el
la libertad sexual. Para construir sólo admiten materiales ecológicos y
su comida también es ecológica, exclusivamente. Dicen que el número de
hijos depende de lo que "Dios conceda”.
Sobre el papel y en los foros de Internet todo suena muy idílico,
parece un intento de recuperar el paraíso perdido. Pero, ¿cómo es en
realidad?
En las aldeas ecológicas las viviendas son simples y baratas. Para
levantar una casa tradicional de madera se necesitan conocimientos
prácticos y bastante dinero. Resulta mucho más fácil construir una de
adobe, es decir, de barro mezclado con paja, o incluso sólo de paja. Hay
gente que recomienda construir "guaridas de zorros”, o sea, casas
clavadas parcialmente bajo tierra. Dicen que es una manera de resolver
el problema del frío. Puede que sea así, pero la gente del pueblo se ríe
de los "aldeanos ecológicos”, diciendo que en las casas de barro sólo
vivía la servidumbre en la época de los zares, y también los
guerrilleros para esconderse de los nazis. Por su parte, los ecologistas
responden que estas casas baratas pueden reconstruirse rápidamente si
las autoridades las destruyen. La mayoría de estos nuevos colonos se fía
tan poco de los organismos estatales que está dispuesto a vivir en una
sociedad primitiva con tal de no tener nada que ver con el estado.
Huertas ecológicas
La alimentación es a un tema aparte. Para "sobrevivir al apocalipsis”
y "garantizar la salud de los hijos” uno tiene que producir su propia
comida. Variada, limpia y tan abundante como para resistir al invierno.
Pocos habitantes de las aldeas ecológicas están acostumbrados al duro
trabajo del campo, y ganan popularidad las ideas de la permacultura,
cuyos difusores son el austríaco Sepp Holzer y el japonés Masanobu
Fukuoka. La esencia de este método de agricultura consiste en que las
plantas cultivadas cohabiten con las salvajes ayudándose unas a otras,
como en la naturaleza. Es decir, no hay que arar ni echar abono o
escardar y ni siquiera hay que luchar contra los insectos nocivos. Las
plantas se las apañan perfectamente entre sí como con los insectos.
"Aquí
tengo tomates. Y aquí, sandías. Simplemente he echado las pipas, y
¡mira cómo han crecido por sí solas!”, comenta el hare krishna Valera
mientras enseña su parcela en la aldea ecológica de Sinegorie. Se pasea
por una pendiente cubierta de helechos y, tras separarlos con las
manos, encuentra tomates y sandías. "Hay que organizar las cosas para
ir solamente dos veces a la huerta. Una para plantar y, otra, para
recoger la cosecha. ¡Lo mejor es cuando sólo se va a recoger la
cosecha!”
La aldea de Sinegorie se encuentra en la región de
Krasnodar, al sur de Rusia. Ha sido fundada por los "anastásiev”, una
secta religiosa que aboga por la vida natural lejos de las ciudades. Sin
embargo, en la aldea pueden vivir personas de cualquier religión:
cristianos ortodoxos, hindús, paganos "rodnoveri” o incluso ateos, con
tal de que la gente "sea cuerda y no beba alcohol”.
Valera ha
venido a la próspera región de Krasnodar desde la zona fría de Primorie,
donde las pipas de sandía crecen mucho peor. No bebe alcohol, no come
carne, cocina comida india vegetariana, hornea pan sin levadura y,
cuando se sienta a la mesa, siempre desea felicidad a todo el mundo
cuatro veces seguidas.
Vivir sin ingresos
Al principio, los nuevos habitantes al instalarse viven de la "grasa
acumulada” de sus ganancias anteriores. Posteriormente surgen los
problemas económicos. No es fácil abastecerse sin ingresos estables.
Como tampoco es fácil llevar a cabo trabajos físicos a diario. Valera se
está construyendo ya una segunda casa, porque la primera, por
desgracia, se le ha quemado. Sus vecinos, que decidieron construir una
casa de adobe hace seis años, sólo han erigido la estructura externa y
mientras tanto viven con sus dos hijos pequeños en una instalación
temporal cubierta de polietileno, en lo que parece un invernadero para
flores. En el clima de la región de Krasnodar es posible. En el pueblo
más cercano viven Nikolái y Galina, de Sochi. Compraron una pequeña
parcela y hace tan sólo en un mes levantaron una casa hecha de ladrillos
de paja. Embadurnaron las paredes de fuera con barro y las de dentro
con paneles de cartón yeso, de modo que la casa promete ser caliente e
incluso no demasiado húmeda. Uno de los principales problemas en esta
zonas son las plagas de ratones, pero los dueños declaran que "es mejor
utilizar la paja de arroz, porque los ratones no se la comen”.
Hoy
en día está muy difundida la idea de que uno tiene que vivir en su
propio trozo de tierra. La gente sueña con construir su propia casa y
vivir en un lugar ecológico, "volver a las raíces”. La pregunta es, ¿a
dónde nos llevan estas caóticas huidas "de las tecnológicas prisiones
urbanas”? ¿Será feliz esta gente o, tras vender sus bienes en la ciudad,
no llegarán a habituarse al campo y les esperará una decepción? Es
probable que ocurra lo segundo, pero no podemos dejar de reconocer la
valentía de esta gente capaz de cambiar el confort urbano por una vida
en una casa de barro. Al menos, intentan cambiar algo en una vida que no
les gusta. Al mismo tiempo, el estado debería preguntarse qué razones
hay para que sus ciudadanos escapen al bosque. |