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Sólo en Pekín pasan del millón. Muchos no están ahí por gusto: 'arriba' no pueden pagar un arriendo.
Millones
de chinos viven en pasillos subterráneos, refugios aéreos o nucleares,
excavados en las entrañas de las grandes ciudades. Fueron construidos
para proteger a la población civil en caso de guerra, pero han acabado
transformándose en auténticos barrios enterrados, donde habitan quienes
no se pueden permitir el lujo de existir en la superficie.
A sus moradores se les conoce como "ratas"
y su silencioso trajín tiende a pasar desapercibido para quienes hacen
sus vidas por encima.
Las "ratas" no están ahí por gusto. En
lugares como Pekín, Cantón o Shanghái, los precios de la vivienda se
han hecho inalcanzables para los emigrantes llegados del campo, así
como para la mayoría de los jóvenes que acaban de conseguir su primer
empleo, incluso si tienen un título universitario.
Como tantas otras cosas en la China de
hoy, el "país subterráneo" ideado por Mao Zedong para proteger su
revolución ha acabado sucumbiendo a la lógica del mercado. En poco más
de dos décadas, el negocio del ladrillo ha pasado de inexistente a
omnipresente, una burbuja que muchos expertos ven a punto del
estallido. En estas circunstancias, cualquier hueco es utilizable,
aunque sea bajo tierra.
La persona que venimos a visitar, el
albañil Wei Han, llegó hace poco más de un año de la provincia de Henan
y comparte una habitación de unos ocho metros cuadrados con tres
compañeros. "Me paso el día trabajando y vengo a dormir. ¿Para qué
quiero más espacio? Además, si hay una guerra yo no tengo que
preocuparme", bromea.
Sus compañeros de habitación ríen la
ocurrencia, mientras devoran una cena a base de arroz y col; y se
preparan para echarse a dormir sobre literas montadas con unos tablones
y unas viejas mantas. Por la estrechez de los pasillos van pidiendo
paso obreros, peluqueras, camareros, e incluso alguna familia con niños.
La principal ventaja de vivir bajo tierra
es, por supuesto, el precio: entre los cuatro albañiles pagan algo más
de 500 yuanes (80 dólares).
"En la obra gano 800 yuanes (125 dólares)
al mes, y me dan tres comidas al día. Lo que me interesa ahora es
ahorrar para mi familia, no vivir en mansiones", explica, impaciente
por meterse en la cama, un compañero de Gao que no permite que tomemos
fotografías.
Túneles contra un ataque nuclear de la Unión Soviética
De la
noche a la mañana, el Partido Comunista ordenó excavar el verano de
1969 miles de nuevos túneles por todo el país, temiendo un inminente
ataque nuclear de la Unión Soviética. En algunas ciudades se trabajó
incluso con las manos desnudas y en turnos inhumanos, abriendo galerías
insalubres y pobremente apuntaladas, muchas de las cuales ya se han
venido abajo.
Una década después, el miedo se convirtió
en rutina burocrática y Pekín ordenó que cada edificio de la capital
dispondría de su propio subsuelo a prueba de bombas. Hoy, debajo de la
capital china hay suficiente espacio para alojar a toda la población de
Dinamarca.
Algunos de estos "búnkeres" forman parte
de los catálogos de las agencias inmobiliarias. Y lo cierto es que
muchas "ratoneras" están perfectamente amuebladas, disponen de cámaras
de vigilancia, conexión a Internet "wifi", e incluso lavadoras y un
tendedero comunitario.
En una de las más modernas, habitada
mayoritariamente por jóvenes licenciados, vive Wu Yunbo, un diseñador
publicitario de 24 años que lo intentó todo para evitar acabar bajo
tierra.
"Estuve en un piso en las afueras. Éramos
decenas de personas en cada habitación, sin ventanas. En verano, el
calor se hacía insoportable. Aquí estoy mejor y vivo sólo, incluso se
puede quedar mi novia a dormir. Es húmedo, pero estoy ahorrando para
comprar un deshumidificador. Pago 450 yuanes (70 dólares) al mes, que
es cuatro veces menos de lo que cuesta una habitación en la
superficie", explica.
Sólo en Pekín, las "ratas" son más de un
millón. Y, últimamente, su principal reivindicación es que les permitan
quedarse donde están, ya que algunos han empezado a ser desalojados por
la Policía. La prensa oficial ha tanteado la sensibilidad de inquilinos
y propietarios, revelando presuntos planes para acabar con la vida bajo
tierra en cuestión de años.
"Se prevé que se intensifique la campaña
próximamente, amparándose en que no son legales ni salubres. En
realidad, lo que pretenden es no vengan más inmigrantes del campo y que
se marchen los últimos en llegar porque la capital está demasiado
congestionada y empieza a ser insufrible", explica un investigador
social chino que prefiere mantener el anonimato.
"Los pekineses se quejan de los atascos,
de que en el metro no cabe un alfiler, de que hay demasiada gente en
todos sitios y de que los inmigrantes del campo aceptan cualquier
salario con tal de ganar algo de dinero. Por eso el Gobierno quiere
descongestionar la ciudad", agrega la fuente.
El tema, de hecho, se ha convertido en una
de las muchas "cuestiones sensibles" en China y este corresponsal fue
expulsado a empujones por los propietarios de varios "barrios
subterráneos", sobre todo aquellos cuyos alquileres explota el Ejército.
Por ahora, los únicos que se han
movilizado tímidamente para proteger las "ratoneras" son sus
propietarios. ¿Cómo se convierte alguien en propietario de un búnker
nuclear?
Algunos pagaron a los constructores de los
edificios, otros simplemente los ocuparon y, sin disponer de registro
de propiedad, empezaron a alquilarnos a campesinos. Hasta que a
principios de los noventa, cediendo ante las necesidades de las grandes
ciudades, el Partido Comunista Chino decidió ofrecer licencias, a
condición de que se cumpliesen unas mínimas medidas de seguridad e
higiene.
Ángel Villarino Para EL TIEMPO Pekín |