http://ataquealpoder.wordpress.com/2012/03/30/alerta-a-un-suspiro-de-chernobil-y-fukushima-y-4/
A
continuación tienes la oportunidad de enterarte de uno de los secretos
mejor guardados por el Estado y la camarilla que ostenta el poder a
través de los consejos de administración de las compañías eléctricas. Se
trata del accidente en la central nuclear de Vandellós I del que, en su
momento, se informó a la ciudadanía como de un percance sin importancia,
no obstante la costosísima central se desmanteló con un coste a cargo
del recibo de la luz que supone cuatro veces el coste de instalación. ¿Conoces a alguien que con un coche a medio uso sufra un pinchazo en una rueda y lleve el vehiculo al desguace?
Pues esto es exactamente la milonga que se vendió y los medios de
comunicación se lo comieron con patatas. La Empresa Nacional de Residuos
(Enresa) asumió la titularidad de las instalaciones y puso en marcha el
plan para proceder a su desmantelamiento, como no, a cargo del personal
que sumisamente traga con todo, incluso cuando se trata de
instalaciones en manos privadas y como veremos a continuación con
palmaria responsabilidad por negligencia de la que nadie solicitó adeudo
por los cuantiosos fondos aplicados en un Viva la Virgen donde el
abogado del Estado y el fiscal hicieron que no se enteraban. Todo esto y
más, finalmente, fue a parar a la tarifa.
Pero esta historia no se trata de un asunto meramente económico, va más allá: la vida de las personas estuvo en grave riesgo que
se minimizó hasta tal extremo que si alguien se le ocurre teclear en
Google: Vandellós I, lo más relevante aparece, escuetamente, en
Vikipedia.org, si se clica "Información sobre Vandellós I CSN” aparece: Error interno del servidor. No desesperes, continuamos en la web del Consejo de Seguridad Nuclear, tecleamos Vandellós I nos lleva a unas pocas líneas "Instalaciones en desmantelamiento”. Si se clica de nuevo con "informe Vandellos I”
te lleva a "Informe Vandellós II” otra incidencia que nada tiene que
ver con lo que se solicita. Esta visto que de lo que se trata es de
ocultar los hechos ocurridos ese fatídico día que se incendió la central
nuclear. Vamos a ello.
A
las 10 menos 20 minutos de la noche del 19 de octubre de 1989 sonó la
alarma en el turbo alternador número dos de la central nuclear de
Vandellós I. Al parecer, una de la ranuras de anclaje de una de las
ruedas de la turbina principal sufrió una fisura, y, como consecuencia
de la cual reventaron varias tuberías que produjeron sendos escapes de
aire y aceite; debido al aumento repentino de la temperatura, explotaron
varios cojinetes así como una borna que desató un importante escape de
hidrógeno. Los acontecimientos sucedieron en cadena. Así, la combustión
de la masa de hidrógeno causó nuevas explosiones, prendió en el aceite
derramado por las tuberías rotas, y se desató un incendio de
grandes proporciones, que ocasionó la paralización de gran parte de los
sistemas que garantizaban el funcionamiento y la seguridad de la central.
Tal es el caso de dos de los cuatro turbosoplantes, así como las bombas
de refrigeración, que se quedaron inutilizadas al producirse una
repentina inundación en la planta. Se tardaron dos días en poder controlar el fuego por completo y conseguir que el reactor dejara de emitir calor.
A pesar de la magnitud del desastre, el informe emitido una semana más
tarde por el Consejo de Seguridad Nuclear advirtió que no se había
detectado fuga radioactiva alguna; aunque precisaba que tampoco debía
descartarse del todo esta posibilidad, puesto que, debido a la
inundación, el agua del mar se mezcló con el liquido radioactivo
almacenado en las piscinas de residuos, y, a causa del espeso humo, los
expertos del CSN no pudieron realizar las mediciones hasta pasadas unas
horas del inicio del percance.
Permanentemente la central estaba forzada en su régimen de
explotación funcionando con factores por encima del 80% de su capacidad.
El incendio se produjo en la parte no nuclear de sus
instalaciones. Pero inutilizó todos los circuitos de control del
reactor, haciendo que desde la sala de control se perdiese la capacidad
de interactuar con el proceso de fisión nuclear que se desarrollaba
dentro del núcleo del reactor. Los circuitos de control se quemaron porque los cables no eran ignífugos. Los
operadores de la sala de control perdieron el control del reactor y
todavía hoy nadie sabe porque se paró la reacción en cadena, que de no
pararse hubiera provocado una verdadera catástrofe parecida a
la que tuvo lugar en Chernóbil. Este informe técnico, que no aparece por
ninguna parte, revelaba algunos datos significativos que ponen de
manifiesto que, aun admitiendo que no llegó a producirse fuga
radioactiva, tan sólo una afortunada concatenación de casualidades
evitaron que ésta llegara a producirse. En efecto, todo parece indicar
que debe de achacarse a una suerte inmensa el que no se consumara un
desastre que habría dejado en ridículo al mismísimo percance de
Chernóbil o más tarde el de Fukushima.
Pero
vayamos a los detalles que es donde está el quid de la cuestión. La
investigación del Consejo de Seguridad Nuclear, revela que, en el
momento de la combustión, el gas anhídrido carbónico (CO2)
alcanzó una presión de 29,7 bars. Si se hubieran alcanzado los 30,1
bars, según el vaticinio de los expertos, las membranas de las válvulas
de seguridad habrían cedido y se habría consumado la fuga tóxica a gran
escala. Pero hay más daros relevantes y desalentadores. La
temperatura del CO2 en la zona de los turbosoplantes alcanzó los 310º
C, tan sólo 5º por debajo de la temperatura máxima tolerada por estas
piezas y por encima de la cual dejan de ser herméticas. Por
otro lado, tan sólo un milagro salvó de la quema la totalidad del
combustible del reactor, lo que habría provocado una explosión de
incalculables proporciones. Así fue, puesto que de los cuatro
turbosoplantes que garantizaban la refrigeración dos quedaron
inservibles y los otros dos se vieron sumergidos por la inundación hasta
su mitad. El agua estuvo a punto de superar el nivel de los
ejes, en cuyo caso también se habrían parado. Bien, ya hemos visto el
nivel de riesgo que se asumió y la suerte adjudicada a la Divina
Providencia que se cernió en la central nuclear. Con este desolador
relato de lo ocurrido no es de extrañar que el informe técnico se pierda
por los siglos de los siglos. La historia de lo que pasó tienen su
enjundia por lo que es necesario volver al principio.
La crónica de la muerte anunciada de la central de Vandellós I
comienza el 21 de febrero de 1986. En esta fecha, el director del
Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) envía un escrito al director de
Hispano Francesa de Energía Nuclear S.A. (Hifrensa) propietario de la
central, Mariano Mataix, instándole a llevar a cabo en la
central de Vandellós las medidas acordadas en el último pleno del CSN.
Ante la desidia de los directivos de Hifrensa, se reproduce la escena
meses más tarde. En junio, es el propio presidente del
organismo estatal para la seguridad nuclear, Francisco Pascual, quién se
dirigió al presidente del Consejo de Administración de Hifrensa, Jaime
Carrasco, reclamándole tomar urgentemente cartas en el asunto, y lo
mismo en diciembre de aquél año. Pero, ante el hecho evidente
que todas las instancias con responsabilidades en la central no
mostraban gran interés por la seguridad de la misma, el CSN propuso al
Ministerio de Industria que se sancionara a Hifrensa. El último
aviso antes del accidente esta fechado en 1988. De las reformas
exigidas por el CSN en la central de Vandellós tan sólo dos se habían
llevado a cabo en el momento del incendio. De las restantes, dos se
echaron claramente en falta la noche del percance. Se trataba, por un
lado, de dotar de un sistema de protección del sistema eléctrico, de
modo que este quedara independiente de la zona de turbo soplado. Por
otro lado, también se exigía instalar un sistema de ventilación de
emergencia en caso de parada de los turbosopladores.
Nada
de esto se hizo, pero, si la negligencia de los responsables de
Hifrensa parece obvia antes del accidente, esta quedó en franca
evidencia durante el mismo. Así, al tener noticia de lo que
ocurría, ni siquiera se activó el plan de emergencia interior de la
central, se informó con vaguedad y media hora de retraso al CSN y al
Gobierno Civil de Tarragona, de tal modo que, no se pudo aplicar correctamente el plan de emergencia nuclear de la provincia de Tarragona
a causa de la falta de información precisa. Por todo ello Hifrensa fue
sancionada por el gobierno con una multa de 40 millones de pesetas, que
lógicamente también van con cargo a la tarifa. Una pregunta tonta ¿Si la
central nuclear es privada y los beneficios que proporciona
corresponden a una empresa privada como es que cuando se escacharra pasa
a ser pública? ¿No tendrían que forzarles a una insolvencia punible? El
recibo de la luz traga con todo y los españolitos ni se enteran. Ojos
que no ven corazón que no siente.
Un gigante con los pies de uranio
Los
años sesenta, conocidos en España como los años del desarrollo,
trajeron, entre otras novedades, la de las centrales nucleares, que
empezaron a construirse en un clima de total euforia ante el invento.
Las nuevas plantas suponían una buena oportunidad para el régimen de
ponerse a la altura de las grandes potencias productoras de energía, y
al mismo tiempo, se veían como una forma barata de producir electricidad
a gran escala. En este clima se puso la primera piedra a la central de
Vandellós, que conjuntamente con las de Zorita y Santa María de Garoña,
estaban llamadas a ser las pioneras de la producción de energía atómica
en España, las denominadas "centrales de primera generación”, que
empezaron a operar a principios de los años 70. Para poner en marcha
Vandellós se constituyó la sociedad Hispano Francesa de Energía Nuclear
S.A (Hifrensa) en 1966, con un capital inicial de mil millones de las
antiguas pesetas, y de la que formaban parte Fuerzas Eléctricas de
Cataluña S.A. (Fecsa), Empresa Nacional Hidroeléctrica Ribagorzana
(Enher) y también Fuerzas Hidroeléctricas del Segre, reorganizadas en
ENDESA, además de Electricité de France, quien puso la tecnología de la
futura planta. La construcción y puesta en marcha de la central supuso
una inversión total de 11.000 millones de pesetas. Precisamente la
presencia francesa fue lo que dio a la central de Vandellós su carácter
distintivo respecto al resto de instalaciones españolas de este tipo. Realizada,
en efecto, según el modelo nuclear francés, este se caracterizaba por
producir energía a través de la combustión de uranio natural, en lugar
de uranio enriquecido como ocurría, por ejemplo, en el caso de las
centrales nucleares estadounidenses.
Ello abarataba sobremanera los costes de adquisición de elemento
combustible; los franceses, además, hacían un buen negocio ya que una
vez utilizado, el uranio se trasladaba al país vecino donde se reciclaba
con fines nunca aclarados (se especulaba que se pudo haber usado en la
industria militar). La central usaba el grafito como moderador, se
refrigeraba con gas anhídrido carbónico y era capaz de producir una
potencia eléctrica de 480 Megawatios. El correr de los tiempos vio como
las buenas perspectivas iniciales se deshacían paulatinamente. Vandellós
llego a producir, ciertamente, un elevado porcentaje de la electricidad
consumida en Cataluña, pero si bien la construcción de la central había
sido relativamente barata, no puede decirse lo mismo de su mantenimiento debido al alto valor contaminante del grafito radioactivo.
Además, durante los años setenta, las primeras noticias de fugas
radiactivas y otros percances, despertaron el debate público respecto a
la seguridad de las centrales atómicas, que cimentó una corriente
ecologista decididamente contraria a las mismas.
Así,
por ejemplo, cuando en 1980 se planteó la posibilidad de levantar un
nuevo reactor nuclear en la localidad tarraconense de Vandellós, en el
lugar llegó a celebrarse un referendo popular para dar el visto bueno al
mismo. Ni que decir tiene que la consulta tuvo mucho de anecdótico,
puesto que, en una localidad donde la mayoría de puestos de trabajo
dependían del gigante nuclear, el si estaba asegurado. Finalmente, la
nueva planta, construida con tecnología norteamericana, vería finalmente
la luz en 1987, por lo que a partir de entonces paso a hablarse de
Vandellós I y Vandellos II. En 1986, el grave accidente de la
central nuclear soviética de Chernóbil puso el definitivo grito en el
cielo respecto al peligro de las instalaciones nucleares. En
toda Europa se habilitaron a marchas forzadas planes de urgencia para
reforzar la seguridad de las plantas, y en algunos casos se fueron
retirando los permisos de explotación de las más obsoletas. Así ocurrió, por ejemplo, con muchas de las 33 centrales construidas siguiendo el modelo francés de combustión de uranio natural.
De todas ellas, tan solo las cuatro que operaban en Francia, y que
tenían permiso de explotación hasta 1994 y otra sita en Japón, se
mantenían en funcionamiento a mediados los años ochenta.
En
el caso de la central francesa de Sant Laurent des Eaux, que siempre se
considero gemela y modelo de referencia de Vandellós I, se aplicaron
importantes reformas en aras de la seguridad en caso de incidente. Entre
ellas se instalo un quinto turbosoplante de emergencia para evitar la
paralización total del sistema de turbosoplantes en caso de avería, lo
que habría provocado el incendio de todo el grafito contenido en el
reactor. Los turbosoplantes se encargan de transformar el vapor de agua
producido en el núcleo en energía eléctrica. Mientras tanto, los
responsables de Vandellós I dejaron de repente de mirarse en el espejo
de su modelo francés y no instalaron ninguno de los dispositivos de
seguridad, ni tan siquiera el quinto turbosoplante exigido. Se
excusaron en los altos costes económicos, como si la seguridad de la
población tuviera algún precio. Ni tan siquiera las reiteradas
advertencias del Consejo de Seguridad Nuclear hicieron efecto en la
dirección de la central, pues tan solo llevaron a cabo una pequeña parte
de las medidas que se les exigían.
En los meses previos al incendio del 19 de octubre de 1989, el
desastre se mascaba por momentos, puesto que, -como se supo después, la
dirección de la central se encargo de ocultarlo- a lo largo de 1989 sus
dos turbogrupos registraron hasta un total de 13 incidencias que
obligaron a paralizar la producción momentáneamente. Los
problemas eran cada vez mayores e incluso, once días antes del
siniestro, se produjo una fuga de hidrógeno de características similares
a la ocurrida con el incendio que dio la estocada definitiva a la
central, aunque, en este caso, ni tan siquiera se paralizó la
producción completamente. De todo ello nada se informó a las autoridades
civiles, o sea, que no se activo ninguno de los planes de emergencia
previstos. En este orden de cosas, sobrevino lo que estaba
cantado. Fuego en uno de los turboreactores y una espesa humareda que no
permitió ocultar por más tiempo a la opinión pública la gravedad de la
situación. De este modo, en el plazo una noche, el enfermo
terminal pasó a ser el primer y más ilustre cadáver de la carrera
nuclear española. Y ello a pesar de la insistencia del propio director
de la central, quién, quizás acostumbrado al constante peligro, afirmaba
en días posteriores al percance que la central podía seguir operando
como si tal cosa. Pero no hubo nada que hacer.
Días después, el ministerio de Industria, a instancias del Consejo de
Seguridad Nuclear, retiraba el permiso de explotación de Vandellós I a
Hifrensa, y en mayo del año siguiente el gobierno decretaba el finiquito
de la instalación. Se activaba de este modo el epilogo de la historia
de la central: su desmantelamiento, la lenta ceremonia fúnebre que
finalizara, si las previsiones se cumplen, dentro de unos treinta años.
Un proceso que se inició en 1995 cuando la Empresa Nacional de Residuos
(Enresa) asumió la titularidad de las instalaciones y puso en marcha el
plan para proceder a su desmantelamiento, cuyo coste se evaluó en unos
54.000 millones de pesetas. El operativo constaba de dos fases. En la
primera, que se inició en 1996, se retiraron todas las partes
convencionales de la central así como las zonas radioactivas de soporte
del reactor principal. Los residuos se trasladaron al depósito nuclear
de E1 Cabril (Cordoba). Una vez que finalizó el desmontaje de la central
nuclear se abrirá una moratoria de unos 25 años durante los cuales los
niveles de radioactividad del combustible almacenado en el reactor se
espera que disminuyan hasta un 5 %. Se cambiará, pues, tiempo a cambio
de riesgo de contaminación y coste económico. Será aproximadamente hacia
el año 2030 cuando se derribe el vetusto reactor y en el lugar que aún
hoy ocupa vuelva a crecer —si es que un día vuelve a crecer— la hierba.
El juego de las diferencias
Entre las dos querellas cuyos fragmentos se reproducen al lado de estas líneas, hay
dos pequeñas diferencias. Si no las encuentras te ayudaré. Se trata de
los nombres de Jaime Carrasco Belmonte y Luis Magana Martínez.
Ambos presidieron el Consejo de Administración de la sociedad Hifrensa
en los años entre 1986 y 1989. Aparecen en una de las querellas y en
cambio no están en la otra, la que finalmente siguió curso legal. La
historia de escapismo es la siguiente. El 2 de enero de 1995 el abogado
Marc Viader se presentaba en el juzgado de instrucción número 3 de Reus
(Tarragona) con. La intención de presentar una orden de acusación en
tanto que accionante de la acusación popular en el caso Vandellós. En la
querella que llevaba bajo el brazo Viader pedía penas por todos los
responsables de Hifrensa, incluidas sus cúpulas dirigentes. Pero llevaba
otra guardada en su cartera. Sendas copias del primer escrito de
acusación, sin embargo, ya habían llegado tiempo atrás a las mesas de
los despachos de los letrados Juan Piqué Vidal y Juan Vives R. de la
Hinojosa, quienes desempeñaban la asesoría jurídica de Hifrensa. Ante la
alarma de su cliente por una querella que, sin duda ninguna,
magnificaría la repercusión del caso, los dos abogados pusieron en
marcha un operativo para hacer cambiar de opinión a Viader. Este, en un
principio había previsto presentar 1a orden de acusación en noviembre
del año anterior, pero Piqué y Vives se encargaron de pararle los pies. Para
lograrlo se puso en marcha un operativo consistente en ofrecer al
abogado de la acusación particular la cantidad de 70 millones de pesetas
por silenciar los nombres de los altos cargos de Hifrensa de su escrito
de acusación. Se la saben todas, para que todo sea legal y
para formalizar el pago de esta cantidad se orquesto un contrato de
compraventa de una finca rústica propiedad de Viader situada en el
término municipal de Cardedeu (Barcelona), por un precio de 179.877.000
pesetas. La parte compradora, que en el contrato figura como sociedad
Bucle Industrial, SA; se compromete a pagar 70 millones al vendedor en
concepto de arras, y acto seguido se especifica que la parte compradora perderá todo derecho sobre esta en caso de echarse atrás en intenciones de compra.
Magnifico, este era pues el acuerdo, Viader cobraba los 70 millones y
se quedaba con su finca de Cardedeu ya que todo era una simulación.
El
abogado Viader, hábil negociador, se mostró en principio reticente al
acuerdo. Así, el 31 de diciembre de 1994 hace llegar un escrito a Juan
Piqué en el que pone como fecha límite para hacer efectivo el acuerdo.
Además, pide 22 millones de pesetas más a los 50 que en principio le
ofrecieron en concepto de repercusión fiscal, que después del regateo
quedaron en 20 millones. En efecto, todo fue a pedir de boca cuando el 2
de enero, ya se habrían visto con Piqué y estarían de acuerdo en todo.
De este modo, presentaba en el juzgado de Reus un procedimiento
abreviado por el que solicitaba retirar "cualquier alusión o mención
que a los señores D. Luís Magaña Martínez y D. Jaime Carrasco Belmonte
se efectúe en el mismo, manifestándose expresamente no ejercitar contra
ellos ninguna acción penal ni civil”. A continuación presentaba la
querella con los retoques definitivos. E1 día siguiente se formalizaba
el contrato compraventa de los 366.259 palmos cuadrados del terreno de
Cardedeu propiedad del abogado Marc Viader, y este recibía dos cheques
al portador por las cantidades de 50 y 20 millones de pesetas.
Del juicio, que se llevó más de diez años en espera que la justicia
tuviera el tiempo suficiente para montar un circo se despachó con una
sentencia que considera que la no implantación de las medidas "no
tuvieron relación directa con la causa originadora del accidente, no
quedando suficientemente acreditado que su implantación guarde relación
directa con las consecuencias efectivas del mismo”. Increíblemente,
el Tribunal tarraconense consideró que ni los directivos de Hifrensa ni
el director de la central incurrieron en imprudencia, porque
desconocían los fallos en el diseño de la turbina que provoco el
accidente. Ahora ya sabes porque demonios el recibo de la luz se va por
las nubes. Los mismos que nos atracan con la luz son los mismos que se
van de rositas en un país saturado de corrupción. Viva la justicia.
Dejémoslo así hasta la próxima explosión.
Los peores y más importantes accidentes nucleares de la historia
Índice de gravedad sobre una escala de 7 según International Nuclear and Radiological Event Scale:
Chalk River (1952) Ontario, Canada; Kyshtym (1957) Unión Sovietica;
Windscale Pile (1957) Gran Bretaña (de nivel 5); Three Mile Island
(1979) Pensilvania, Estados Unidos; Chernóbil (1986) Ucrania; Saint Laurent des Eaux, (1980) Francia (nivel 4); Vandellós I (1989) Tarragona, España (nivel 3);
Tokaimura (1999) Japón (nivel 4); Fusushima (2011) (nivel 4). Atentos a
este detalle, he ordenado los accidentes nucleares mundiales por la
fecha del siniestro. Saint Laurent des Eaux, la central gemela con la de
Vandellós I, tuvo el siniestro ocho años antes. Ambas tenían en común
la característica de producir energía a través de la combustión de
uranio natural, en lugar de uranio enriquecido como ocurría, en las
centrales nucleares estadounidenses. Electricité de France,
socio de la central española alertó a los responsables de la central
nuclear de Vandellós I de la urgente instalación de mecanismos de
seguridad para prevenir un fatal desenlace como el ocurrido en Saint
Laurent des Eaux. Los responsables de la central española se lo pasaron
por el arco del triunfo. Desde 1986 hasta la fecha del
siniestro, el consejo de Seguridad Nuclear había enviado hasta seis
informes técnicos a los responsables de la central advirtiendo de
importantes desperfectos en sus sistemas de seguridad, e instando a
aplicar una serie de reformas urgentes que fueron llevadas a cabo solo
en parte. Creo que si has llegado a este punto de la narración tienes
los suficientes elementos de juicio de que el accidente no tuvo nada de
fortuito, y que sí pudo ser evitado. Los responsables de Hifrensa, sin
embargo, han tratado por todos los medios de demostrar lo contrario, de
vender el percance como algo inevitable y sin importancia. Pero ¿Es
posible hablar de accidente sin importancia en un siniestro que fue
calificado de grave por el Organismo Internacional de la Energía Atómica
(OIEA), que le otorgó el nivel de peligrosidad 5 en una escala de 1 a
7, y que fue considerado "el segundo más grave de Europa por detrás del de Chernóbil”? Evidentemente, no hace falta ser ucraniano para saber que el accidente de Chernóbil no fue ninguna broma. |